lunes, 2 de febrero de 2009

anticoncepción vs providencia.

Yo soy Nazarena, fui invitada a la EFA el año pasado y espero poder seguir participando en el futuro. Dentro de este grupo he podido reafirmar las dimensiones de lo que significa el matrimonio y la familia para la Iglesia. Sin embargo, esto me llevó a un tema bastante desagradable y donde el mundo eclesiástico gana algo de distancia de los fieles y esto es la anticoncepción. Según la doctrina de la Iglesia (Ver enc. Humanae Vitae) la anticoncepción va en contra de la procreación y del amor conyugal. Evidentemente desde su raíz la anti-concepción evita la procreación, sin embargo, evitar la procreación es para los creyentes una necesidad que la Iglesia no logra comprender, y con Iglesia me refiero en este caso al cuerpo eclesiástico.
El primer argumento refutado enla encíclica es la explosión demográfica, a la que califica como falsa. Tal vez esta idea era aceptable para 1968, fecha de la encíclica, ya no era tan aceptable para 1996. En base a esto los gobiernos han decidido abordar el tema con políticas de anticoncepción que según las proyecciones darán resultados hacia el 2050 con la estabilización de la población.






Pero más allá de las razones políticas, a mi modo de ver, la anticoncepción es necesaria para la vida conyugal en estos tiempos. Vida conyugal que, honestamente, los obispos que apoyan esta encíclica, desconocen. No es la idea culpar a "los tiempos" de mi manera de ver las cosas, así que tomaré precisamente los dos argumentos esenciales de la encíclica como punto de partida a esta reflexión.
El amor conyugal.
Según la encíclica:
"Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana. "
Aceptar este argumento sería asumir que cuando deseo tener relaciones sexuales con mi esposo y no tener hijos, lo hago sólo por una simple "efusión del instinto y del sentimiento". Esta visión simplista del sexo de la Iglesia no aporta realmente a la comprensión de la sexualidad humana, que es incluso, aunque de una manera mucho menos romántica, abordada por Sn Pablo cuando dice:"si no pueden contenerse, que se casen, pues es mejor casarse que abrasarse" (1 Co 7, 9).
La sexualidad en la vida conyugal no puede ser reducida a la procreación, porque significa, para el ser humano mucho más que una "efusión del instinto" o "perpetuación de la especie" para el ser humano, a diferencia de la mayor parte de los seres vivos, la sexualidad está directamente relacionada con el desarrollo de la personalidad, la autoestima, la identidad y el afecto. Prueba de ello es que en una persona que ha sido abusada sexualmente no sólo se presentan disfunciones en su vida sexual, sino en su visión de sí mismo y en su vida social, familiar y en las proyecciones de vida. Para los cónyuges "hacer el amor" es un acto de afecto e intimidad en que se reconocen el uno al otro, haciendo un break de la vida diaria, volviendo a su dimensión de pareja. Para un matrimonio, es tan necesaria la dimensión familiar, es decir de "esposos y padres" como la dimensión de pareja donde somos "tú y yo, hombre y mujer".
Si asumiéramos la verdad de la Iglesia como está formulada, ser hombre y mujer se remitiría solamente a la complementariedad sexual (genital) de macho y hembra que nos permite la reproducción y no seríamos más que animales. Porque ellos, (los animales) también poseen esa complementariedad y dan vida, crían hijos, e incluso algunos de ellos "se casan" y permanecen con una pareja única toda su vida. Sin embargo, no sólo somos "macho y hembra" sino además "hombre y mujer", con desarrollo psíquico diferente y a veces no tan complementario. Parte de este desarrollo es determinado por la relación que tenemos con nuestro propio cuerpo, como demuestran las complicaciones relativas a la anorexia o la obesidad mórbida. El ejercicio de la sexualidad nos permite relacionarnos con nuestro propio cuerpo y con el de nuestro cónyuge, aumentando la percepción de intimidad, complicidad y donación, lo que permite el mismo fin que la Iglesia presenta en su argumentación, sólo que considerando el bienestar psicológico de los cónyuges, que permite el desarrollo de la perfección humana. Cabe recordar en este punto, que lo que hace distinto al ser humano del resto de los seres vivos no es la capacidad de procrear y llevar una familia, pues eso ya lo hacen todos los seres vivos. Por otra parte es necesario para que el matrimonio se valide que ambos esposos tomen la decisión libremente en pleno uso de sus facultades mentales, y para ello, el normal desarrollo de su psiquis es necesario, al igual que para ser un solo corazón y una sola alma.

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